Era de noche, una noche blanca, de invierno. La nieve resplandecía bajo una recia tormenta. El viento sacudía los árboles, dejando caer, en un suave zig-zag las ya de por sí, pocas hojas de los hayas y maples.
Era tarde, demasiado. El reloj de la iglesia había resonado las doce campanadas hace más de dos horas.
Y a pesar de todo, del tiempo, de lo avanzado de la noche, de la tormenta, del intenso frío y de los tristes recuerdos ella estaba ahí, esperándole.
Una chica alta, de mediana compostura, de cabello negro como la noche y bellísimos ojos almendrados. Esperaba melancólica, sentada en la banca de aquel parque desierto, iluminado por un único farol.
La lluvia aumento. Llovía tanto que no se podía ver el final de la calle. Bajo los pies de la chica había nacido un río de colillas que se encañaban en una vieja cantarrllla. La mente de la morena navegaba como aquellas colillas, daban vueltas, se atoraban y de pronto salían con rapidez. Navegaba en nostalgia y dolor. La embriagaban los recuerdos. Tantos momentos con él. Los más alegres y emotivos con él. Los más tristes y trágicos también.
Pero él la había herido como nadie, Y ahora la citaba ahí y no llegaba.
Lágrimas descendían por sus pálidas mejillas, caían en sus labios morados y se mezclaban con la lluvia que había empapado su yérsey.
Y aún con eso lo amaba, como se ama a la lluvia en un desierto, como se ama al calor en un día de invierno.
Al aumentar la tormenta el viento sopló con toda su fuerza apagando la lucecita del único farol de la calle.
Con el oscurecimiento de la calle llegó él. Como de la nada, como si se hubiera aparecido.
-Ángela- el chico recién llegado y envuelto en la oscuridad la llamaba. La aludida, sorprendida de su llegada fantasmal, limpió sus lágrimas y lo miró.
Y aunque y apenas y podía vislumbrar su rostro y cuerpo, sabía que era él.
-Llegas tarde- dijo ella
-Lo sé- respondió el.
-¿Quieres explicar el por que?- dijo en murmullos ella.
-No- contestó él muy seguro.
-Entonces dime por que me citas una noche como hoy, de repente y tan tarde- pedía triste la morena.
-No puedo explicarte, no entenderías- dijo él chico.
-Perdóname por lo que te hice- decía el sujetando sus manos. Pero ella no sintió absolutamente nada, no sintió frió o calor, no sentía nada, era tan raro.
-¿Me perdonas?- repitió él.
Ella sólo pudo ver sus ojos grises, los cuales habían dejado de brillar.
-Tengo mucha prisa- decía el triste –Sólo quiero decirte que estarás bien, que no temas, quiero que sepas que siempre te amé. Siempre te cuidaré. Por favor no me olvides.- dijo suave él chico. Y la besó. Aunque por alguna extraña razón ella no sintió los labios de él, sintió amor y dulzura.
Y él se marcho de la misma forma en que llegó, rápido, sin un solo ruido, desapareciendo.
Y a ella, a Ángela la dejo helada. El beso enteró le supo a despedida. Un adiós para siempre.
Se sentía tan triste y rara que no quiso regresar a su casa. Paso lo que quedaba de la noche en la banca, cubierta de un calor abrasador inexplicable.
Al despertar un hombre pasaba vendiendo el periódico del día, la morena lo compró. Todo iba bien hasta que llegó a la cuarta página. En un párrafo de esa hoja apareció el nombre del chico que había visto la pasada noche. Alarmada de ver el nombre de quien amaba leyó: “Adrián Saldivar Rendón. Fue encontrado muerto en su habitación a la medianoche del día anterior. Las causas parecen naturales pero siguen siendo investigadas”.
Entonces, ella lo entendió todo.
